Crecí miserablemente

Silvestre D. Brescia

 

 

Crecí miserablemente
ateo 

como algunos cartesianos, 
tardíos y tercos,
siendo tan joven 
y alegando siempre, 
¿qué más da?
con crueldad a mi madre.

También abusaba del lenguaje
cuando decía:
Dios es un fascista.

¡Quién me viera devastado y pre-puberto 
llegando del colegio
con el uniforme bien planchado,
mi corte natural oscuro
y las uñas siempre cortas!

No me canso de decir
como sentencia:
el tiempo es viscoso;
por eso aguanto el meo
hasta que ya esté en la regadera.

Corre el agua, corre el meo a mis pies,
hago la cuenta regresiva.
Algo le he de hacer al tiempo entonces,
le hiero por un momento
mientras pienso:
el tiempo es oro,
el meo es oro
y el tiempo se medirá a chorros.

Amo mear de pie
contra el tiempo viscoso,
tremebunda política
de mis contemporáneos
que no saben leer, no saben contar
regresivamente cuando mean.

Crecí y me di cuenta
por medio de regaños,
lecciones añejamente comprometidas,
que debía dejar de mear la cama,
debía mear de pie
como consigna.

Tengo este sueño recurrente
escatológico y ansioso 
lleno de persecuciones cortas. 

Anoche fue distinto.
Los cabos sueltos anudaban,
se inundaban los cuartos 
en los que me hubiera escondido,
en pasillos largos y coloridos.

 

No puedo decir
caca y meados.
Son las malas palabras
las que son insoportables
como llamar a alguien más
un nazi

-un sionista.

No me tientes
a hacer trampa
a breves altercados.
No me tientes
a cambiar de tema,
a cambiar palabras

-lo hiciste.

 

La vergüenza  impresentable
de haber
doblemente roto la única promesa
por la que rogué.
Esos son los indicios de la villanía
de ser un ser corrupto,
como los ladrones en Genet
de bella traición,
envuelto en lodo y pesadillas
en sueños húmedos y turbios
como caldo de res.

Quiero que, si llego a llorar, por fin
mis lagrimas pesen.
No como la elección de un síndico,
mejor morir en Medio Oriente
o intoxicarme a media sierra
con mezcalina y tesgüino,
que pesen como un pedradón
que caigan como plástico derretido.

Quiero que digan algo,
al modo de los sufrimientos breves,
como los perros que tienen pesadillas
y patalean.

Siento como mis dientes se caen
cuando lloras,
mis meñiques se tuercen.

Lamento tanto,
mi amor,
hacer llorar a los demás tan fácil.

Tan solo siento empatía por ti,
mi padre y los huérfanos ficticios
ustedes y solo ustedes
me estrechan la tráquea.

Pero ha sido bondadoso el destino
conmigo en algo.

Esto ha sido:
que el tejido de mis varias cicatrices
oscurece en el mismo sentido que un bronceado.

A medida voy caminando,
tomando el sol
me recupero.

Hemos perdido la paciencia
culpo en parte a la maquina Jacquard
y a las especies débiles que se dejan perforar hasta la extinción.

Mea culpa: cuento regresivamente cuando orino
o me sirvo agua;
me abundo como tejidos en todas las esquinas.

 

Se necesita de cierto filo para cortar
o hacer sangrar,
como el de una lanza o algo así
que no conocí
hasta que
baje mucho en carretera,
baje mucho de peso,
y vi lo que era una verdadera herida
en la espalda de mi padre.

El agua o la vida marina
o la placenta
o la visita familiar al acuario.

En predicamentos similares
cargo un frasco de tierra como Jack Sparrow
a quien admiro y tarareo
sus canciones subtituladas.

Esperpento, silencio esperpento
aprendí algunas líneas por osmosis,
me gustaría traducir toda la película
hacerla un poema con el cual
honrar mi nombre,
contar hexámetros,
olvidar el agua,
ser chihuahua.

De inesperado, grosero modo
traer el frasco en las manos
cuando ande por riachuelos
con paso de ratones
o tachuelas.


Enero: yo ya tenía un mes de cola
pisada y muerta
sentado en la banqueta
se había vuelto mi carromanto 
en mis tiempos libres
meridianos y de noche
donde armaba 15 cajas de cartón
antes de caer dormido.

Soñaba: mis tristezas por los poros
que arrastraban a algún lado
donde las cortinas eran puertas.

Me ahogo en plena noche
media hora antes
que el negro se atomice
del cielo espeso y percudido.

Ítem: dejo mis cosas a quien las tome
aunque sean para ser trapo
quiero decir mi ropa,
o para balancear la mesa
mis libros de teoría
y literatura.

Tengo un hígado congelado
que seguro ya está malo.
No lo toquen,
no lo merecen. 

¿Qué hago con mi boca mustia, recluida y violenta, asustada con la gente, mis colmillos amarillos, fermentados lácteos listos para atacar?
¿Cómo traer una navaja en la bolsa y que sean también mis dientes, con todo y mi lengua bien resguardada mallugada con selecto silencio?, ¿y, si mastico?

Me ahorro unas monedas
algo tardo en decir cosas y
¿sabes lo que dicen del oro y del tiempo? 

Ante eso ¿qué hacer?
me digo solitario leninístamente,
militante con la boca de militar,
negando el activismo.

¿me puedo permitir mínimamente, además de mi garganta —que también tiendo a cuidar— donar algo de profundidad a lo que pienso de la palabra “oclusión”?

Mi mandíbula, que consta de dos partes
se junta indolora
¿es esta mi solución final al dilema?

Algo tenia que hacer, sí, bien austero, para no ser castigado con una piedra en las lentejas
¡oh…piedras rojas y arenosas con las que sueño recurrente!
deambulo, inocente, sin si quiera mostrar los dientes.

 

 

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