
Elías B. Chain Alfaro
“Por qué no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza.”
Gitano Rodríguez
Las señales son una llave pequeña que encontré embadurnada de tierra en Av. Rivadavia. No sé porque la recogí. O sí. Buscaba un signo como león que tras destruirlo todo toma como tesoro un vil metal tirado en la acera. Escribir de la miseria, esa es la misión. Mentira. Habría que crear otra cosa, un sueño de bestias comiéndose a la gente. O eso que llamamos revolución. Otra mentira. Los más iluminados dicen que lo importante es el camino o la compañía. El transito nos dicen. La espera. Algo que adviene. El presente, nada como el presente. Otra mentira. Al fin todo se resume en lo mismo, la misma palabra que se empeña en resurgir entre las lágrimas de cada invierno, entre las teclas machacadas de cada tránsito y de que cada ahora: miedo.
Las señales. Una es la llave la otra este texto que algo me indica, aún no reconozco su sentido, salen las letras como breva de mi aturdido corazón, de mi mente enloquecida de movimientos espasmódicos. Ayer veía por la ventana las figuras calmas de un edificio, ahora rehuido, pensé en hacer ahí un hogar, al fin nuevamente lo mismo, el miedo. Nos sacaron con un arma de fuego, solo por querer habitar la casa vacía. Ahora los obreros limpian el bosque cuadrado.
No nací pobre. Ni cerca pobre, en lo que a lo material se refiere jamás trabajé un día de mi vida. Y ahora tengo miedo, y no creo sea solo a la pobreza, sí, a algo aún más tajante en mi pecho. Tengo miedo a dejarme llevar por las gracias de este mundo fútil y sanguinario. Tengo miedo de verme acomodado por anaqueles de libros, entre gente que hace gárgaras metafísicas negociando la caridad, regocijando su gloria por la gran ayuda entregada a su público arcaico que aplaude y agradece la salvación, olvidándose del momento apenas tiene que volver a la cruenta cotidianidad, mientras los alaridos de lo hecho multiplican la fama y porqué no las ganancias. Pero también tengo miedo de esa cotidianidad vacía del día a día de medir las cosas por su peso, de tomarle importancia a lo que se comenta, se dice en la cuadra siguiente o en la esquina anterior. Rompiéndome el lomo como mula de carga repitiendo el rebuzno popular convencido de que llegará el día de las masas mientras hayorno mi culpa. Tengo miedo también del poder, aunque más que miedo a él, es lo que provoque la venganza, que mi rabia crezca sin creación ni risa por pura voluntad de negar este mundo. Que su perdición descorazonada me pierda a mi en ella y ya sin sensación mis acciones se arrebaten para mi, solo para mi con la atadura siendo cada vez más densa más eficaz, mientras oculto me repito sin son que sólo sobrevivo y ya enfermo ruegue por alguna mirada a la hoja amarillenta. Así como crece el miedo se empeña mi rabia en mirarlo todo desde la altura. Pero lo sé, los pájaros no me han dado jamás esa enseñanza. No pienso ver con rabia lo que ante los astros es la sinvergüenzura del polvo.
Tengo lo que se llama una tincada, un atisbo, con su gota minúscula de rencor. Tengo en mi sangre un escondite. Pero más tengo en mis bolsillos un abandono. Tengo estas palabras que no pesan más que la llave, y menos peso tiene que la más mínima moneda. Tengo ante la vida el ejemplo de que derrotado lo importante causa gracia, también dolor si se han traído hijos al mundo y la sangre se derrama en las aceras. Tengo más aún. Tengo un sueño ingobernable, una valentia que de tanto ocultarse ha terminado por ser mi peor pesadilla. Repetidas por cansancio, las palabras pierden pasos. Ni mandar y obedecer… y así los años, pocos no tan pocos que transcurren en mis sienes, me muestran una verdad, una sola:-.
Si tachada la realidad se me presenta, si tachada la realidad juega en mis versos, si perdida tras su sincope me dice, la realidad me dice. La locura esa vieja amiga. El pensamiento, bastón de mi sentir traslucido. Las letras no me gustan ni sus curvas ni su olor. Las cosas no me gustan pues ellas tienen algo que las palabras nunca tocan con exactitud. Viejo problema. Viejo como el agua. El agua digna de culto verdadero. El golpe empedernido del mar en las rocas de las costas pacíficas. O la vista perdida embarcado en el Río de la Plata rumbo a Montevideo. Esas aguas las conozco, no así el agua, ni el pensamiento ni las palabras. Menos conozco mi destino, menos aun lo que tengo de común con el resto de este mundo. Seguro es algo simple. El bostezo hiante de mi cuerda negra al vacío. El delirio incrustado en mi pecho. La flor del equinoccio en las margaritas de mi sonrisa pronunciada. El mal. El daño. Si la pregunta fuera una. ¿Tú hiciste el bien? la respuesta sería como siempre la primera de todas las respuestas posibles ¡No! Por la simple causa de que mi obrar está inconcluso, como inconclusas están todas las copas rotas que se lanzan de muralla en muralla, de salto en salto entre trincheras y cantos de cantina. Como inconclusa esta la consecuencia sin el acto que la determina, como bellos y buenos son las cauces cuando sin puerto ni llegada se despiden. Como el soplo del vendaval que saluda golpeando puertas, arrasando la vista y paciencia de los cómodos de los quietos iluminando con destello las sombras y fragilidades de todo templo de toda estatua.
Esta época, es la nuestra. Es el tiempo de los perdidos. Seguro lo sabemos. Un rezo o un beso a tu mirada agitada. Un movimiento veloz, un parque de diversiones sin cunas ni animitas. Un cristo de plástico o un papel que dice cincuenta con un cóndor estampado. Que importa, si le cantas a las grietas o te pierdes en las vías, si bajas las escaleras, o caes por el techo del ascensor, o al fin saltas de plétora y risa. Repites los mantras de Karni Mata. Y si vives, si importas. Corres con las ratas por tu pieza de madera, Fanny, como Fanny Kaplan de un balazo se arremolina en mis brazos y la Candela las eleva azules con ímpetu erizado. Te retratas en aceite. Das pincelazos, espatúlas la negra vertiente, formas la oscuridad del lado derecho de la ventana, la misma por la que miras, ahora retratada. Te olvidas de girar, mover el mundo con las piernas, con las ruedas que tú mismo centraste. Saltar como mono sin dios. Como escarabajo entre hormigas. Otro salto, el tercero a la mesa, dónde nace el pensar. Ahí, de abajo hacia arriba. Al fin, huelo mi mano, acto simple de reconocerme carne. Parezco inmóvil y lo estoy. Fuera de ese aparente desequilibrio, escribo. Eso hago, escribo y requiere tiempo. Es más, hace tiempo. Estos bloques densos de prosa crean un intervalo que no tendrá jamás un valor intercambiable. No tienen peso, su materia cual esfera suspendida se multiplica tres veces, una me mira, otra naranja en mi pecho, la última flota gravitando en mi nuca.
Llega el Salvador. Declarado paria. Se acuesta en mi cama, su cama cuando se acuesta. Me dice aquí a mi lado. Podemos conseguir el alimento para mí, para las ratas, para un par más. Pero hermano, no todo es como en la mente o en los deseos. Hay que salirse del deseo propio, y no solo pensar. Salir de las puras ideas. Para poder llegar a lo corto y pronto de comer y beber. Y hacer lo que nos gusta, salir a jugar hermano. Yo aprendí a cantar, cuecas tan árabes como españolas, o hasta de mapuche tienen. El dinero puede ser herramienta, como una cosa que robar o como sea conseguirlo, pa usarlo nomá, siempre y cuando sepamos qué lo creó la clase que nos explota y nos somete. Generar autonomía hermano. Valerse por sí y a pesar de nadie. Yo duermo en un taller en un colchón entre bicicletas, y jamás aceptaría que debemos trabajarle a alguien. Construir normas comunes por fuera del ideal, con los deseos de otros y a pesar de los propios. Un día de reciclaje y se llena la heladera un mes. ¿Por qué no lo hacemos? , podrías llenar la tuya o la del que lo necesite. Conservas. Así comemos juntos. Para mí solo no necesito. Dos o tres verdulerías, me dan de todo. Y pan, siempre regalan.